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Brito, de 68 años, nacido en 1952, se inició en el mundo de las finanzas entre 1975 y 1976, cuando fundó Hamburgo junto a su cuñado Delfín Jorge Ezequiel Carballo, con una inversión inicial de 10.000 dólares. Según el libro Los patrones de la Argentina, de Pablo Fernández Blanco y Esteban Rafele, Brito ganó su primer millón en 1978.
A pesar de marcar distancia del gobierno de Alberto Fernández por su disconformidad con el impuestoa a las grandes fortunes, que resistió con lobby en los pasillos del Congreso, Brito supo acrecentar su fortuna durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner, década en la que las ganancias del Macro crecieron un 650%. Fue presidente de ADEBA hasta marzo de 2016 y se mantuvo como CEO de su banco a excepción del periodo entre 2018 y 2020, cuando fue investigado por la quiebra de Ciccone Calcográfica.
La relación empezó con el pie izquierdo, como se recuerda en la columna «Incorregibles» de Alfredo Zaiat de mayo de 2003 en el suplemento Cash. Brito había resucitado ADEBA y uno de sus primeros pasos fue divulgar una columna del diario La Nación en la que se desnotaba el discurso inaugural de Néstro Kircher. «Yo conozco al grupito que ha hecho operaciones que no corresponden», le devolvió Kirchner durante el programa dominical de Mirtha Legrand y les pidió que otorgaran créditos productivos en lugar de apostar a la especulación.
El mensaje fue leído rápidamente por Brito y, según el libro de Rafele y Fernández Blanco, cuando el banquero, finalmente, se conoció con Kirchner le dijo: «Mire, Presidente, no lo conozco, yo no lo voté, pero necesito que le vaya bien. Porque si a usted le va bien, a mí me va a ir bien». Después de eso Adeba ofreció créditos para obras viales por 500 millones de pesos. La relación luego siguió aceitada durante las gestiones de la ex presidenta Cristina Kirchner y siempre estrecha con el actual titular de la Cámara baja, Sergio Massa.
En aquella columna de 2003, se recuerdan otros mojones de la historia que llevó a Brito a convertirse en el dueño del banco más importante de capitales nacionales:
Jorge Brito junto a sus socios empezaron en el mercado financiero como mesadinerista para luego comprar el Banco Macro, cuando uno de sus dueños era Mario Brodershon, secretario de Hacienda en la presidencia de Raúl Alfonsín. En ese entonces, contaba con aceitados vínculos con la coordinadora radical, grupo de dirigentes que contaba con importantes funcionarios en cargos en, por caso, el Banco Central.
Uno de los golpes especulativos más importantes de Macro fue comprar dólares en cantidad en los días previos al estallido del Plan Primavera, el 6 de febrero de 1989, cuando el Central liberó el mercado cambiario gatillando el proceso de hiperinflación. En el mercado bursátil operó asociado con nada menos que el Citibank, una relación no sencilla de explicar en la plaza financiera.
Esa Sociedad de Bolsa era manejada por Chrystian Colombo, que en ese entonces tenía una estrecha relación con el “Coti” Nosiglia y que en el gobierno de Fernando de la Rúa ocupó el estratégico puesto de jefe de Gabinete.
El lugar de Brito durante el menemismo
La expansión del Macro en el mercado financiero se produjo durante la década menemista. Fue el principal banco privado, detrás de los oficiales, que asistió financieramente al Grupo Yoma.
En el proceso de privatización de los bancos públicos de provincia tuvo una activa participación. Compró el de Misiones cuando Ramón Puerta era gobernador; también incorporó a su patrimonio el de Salta y el de Jujuy, que luego se fusionaron. En Salta, dominio de los Romero, poseen tierras y ganado. La relación con Juan Carlos Romero, el vicepresidente frustrado de la candidatura tránsfuga de Carlos Menem, viene de años.
Durante el gobierno de Fernando de la Rúa (como se consignó arriba, el ex ejecutivo de Macro, Colombo, fue una pieza clave de esa administración) el banco de Brito registró un crecimiento cualitativo: días antes de la caída de De la Rúa y del corralito diseñado por Domingo Cavallo compró el Banco Bansud. Esa entidad quedó en manos del Citibank, cuando su casa matriz compró el grupo mexicano Banamex, que a la vez controlaba el Bansud. En una operación por demás extraña el Macro se quedó con el Bansud sin poner un sólo dólar, recibiendo en cambio 200 millones de dólares por hacerse cargo de ese banco.
En los meses que Eduardo Duhalde habitó la Casa Rosada, el Macro siguió su expansión, quedándose con una parte de lo que fuera el Scotiabank. Junto a sus colegas que siguieron un camino similar pero sin tantas luces de neón, Brito sintió que ya era hora de jugar en el terreno de los grandes banqueros privados nacionales. A los mismos incorregibles que Roberto Lavagna criticó por querer volver a tomar depósitos y prestar en dólares, sistema que está en el corazón del estallido de la economía de los ‘90.
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