La UNESCO destacó el género del litoral. Nacido de la fusión de la cultura guaraní con la jesuita, es mucho más que música. Le canta al amor y al desamor, al destierro y, ahora, hasta a la violencia de género y al cambio climático.
El chamamé es Corrientes y también es mucho más que Corrientes. Es, oficialmente a partir de hoy, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
La resolución votada este miércoles en París le abre las puertas al chamamé para seguir viajando y conquistando nuevos públicos en distintas partes del mundo. Es una distinción importante en cuanto a lo simbólico y también a lo material: se sabe que las expresiones culturales que consiguen este nivel de reconocimiento también pueden obtener facilidades en términos de fondos internacionales para la cooperación internacional.
“El patrimonio inmaterial proporciona a las comunidades un sentimiento de identidad y de continuidad: favorece la creatividad y el bienestar social, contribuye a la gestión del entorno natural y social y genera ingresos económicos”, dice la UNESCO al explicar su propia categoría. Y se puede decir todo eso sobre el chamamé, un género musical muy popular en lo que se conoce como área guaranítica, la región que va del Mato Grosso do Sul en Brasil a Paraguay y parte de Uruguay. Es decir, en la zona donde se asentaron las misiones jesuíticas que le dieron forma en diálogo con la cultura guaraní, española, africana y judía.
«Pone en relieve la flora, la fauna, el amor a la tierra», dijo la Unesco en sus considerandos.
“Es una mezcla, un mboyeré, como decimos acá”, dice el director de Cultura de la provincia de Corrientes, Gabriel Romero, al tiempo que agrega que en las últimas décadas el chamamé se ha expandido también por gran parte de la provincia de Buenos Aires y hasta de la Patagonia.
“Esto tiene que ver con la forma en que el pueblo de nuestra región se ha desparramado a lo largo y a lo ancho del país en busca de mejores horizontes, en busca de mejores trabajos. Eso hace que el chamamé vaya llegando como una provisión para el alma, lo que nosotros llamamos el avío del alma”, apunta Julio Cáceres, cofundador con Joaquín Sheridan de Los de Imaguaré, un grupo emblemático que se presenta en los escenarios desde 1977.
Esta religión, este avío para el alma que es parte de la vida de la gente del litoral, convive sin conflicto con representaciones de la religiosidad popular de la zona como la Virgen de Itatí y el Gauchito Gil. Y, para mantenerse vivo, este credo no solo se ha expandido a nivel geográfico sino que también ha ido renovando su repertorio estético e ideológico. Del canon de la década del treinta y cuarenta al lirismo y compromiso político y social de los setenta se ha pasado en los últimos tiempos a una escena que combina desde componentes de la bailanta hasta letras que hablan contra la violencia de género y el cambio climático.
“Algunos son más practicantes, otros meramente creyentes, pero todos somos devotos de alguna manera u otra. El chamamé es algo que va mucho más allá de la música y la danza y tiene que ver con nuestro paisaje, con nuestra gastronomía, nuestras historias, nuestras artesanías”, dice Romero para seguir con esta idea de lo trascendental.
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