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IDENTIDAD EN COMUNICACION

Poderes fácticos en línea | Panorama Económico

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Cuando los organizadores del Coloquio de IDEA decidieron abrir el chat para que los empresarios y consultores que asistían a las charlas de Alberto Fernández, el miércoles, y de Martín Guzmán, este viernes, se expresaran públicamente y sin filtro, no imaginaron que iban a dejar de manifiesto el profundo odio y desprecio que siente esta clase dirigente empresaria por lo que expresa el actual gobierno en lo económico: un modelo de desarrollo inclusivo y un Estado que priorice la protección del empleo, por citar dos caras emblemáticas del discurso oficial que fueron duramente atacadas en ese «muro».  

Las expresiones del tipo «basta de nacionalismos» o «no vamos a poder comer más mayonesa (marca de primera línea importada) porque tenemos que comprar la basura hecha acá», podían leerse en los chats mientras el ministro Guzmán explicaba las razones por las que era necesario mantener las políticas de control cambiario. Aunque no lo hayamos vivido, muchos de lo que sí lo leímos podríamos haber volado con la imaginación en ese momento hasta el año 1951, cuando Enrique Santos Discépolo, invitado a participar de un espacio que la Secretaría de Prensa y Difusión tenía en Radio Nacional, aceptó el desafío con la condición de escribir sus propios libretos. Creó un personaje, Mordisquito, que representaba a «los contra» del gobierno de Perón, y a quien le retrucaba en su monólogo las críticas argumentadas con lugares comunes que «el medio pelo» escuchaba a las clases acomodadas y repetía.

En uno de esos monólogos, relata:

«Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva. Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás.¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!. Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche sobra.¡Pero no hay té de Ceilán! Y, según vos, no se puede vivir sin té de Ceilán. Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez, y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca. No importa que tu patria haya tenido problemas de gigantes, y que esos problemas los hayan resuelto personas. Vos seguís con el problema chiquito, ¡vos, el mismo que está preocupado porque no puede tomar té de Ceilán!».

Los empresarios que se expresaron en el muro del Coloquio, muchos de ellos titulares de reconocidas empresas, directivos de renombradas consultoras, utilizaron expresiones que ni siquiera manifiestan en charlas «en off» con la prensa. Pero las redes sociales tienen esa «magia», esa atracción al insulto y la descalificación, aunque se sepa que va a ser expuesto públicamente. 

Pero no viene mal tomar nota de la cuestión. Es la expresión desnuda de una clase dirigente a la que el gobierno está yendo a buscar para resolver algunos de los conflictos más urgentes que enfrenta. Uno de ellos es la disparada del dólar financiero o de transferencia por arriba de los 170 pesos. Quienes se benefician de esa disparada, que pone en riesgo la estabilidad política, la capacidad del Estado para resolver gravísimos problemas sociales, son parte de esa clase dirigente.

En la misma jornada, y justo antes de la presentación de Martín Guzmán, expusieron a modo de amable charla con el moderador, Martín Redrado y Hernán Lacunza. Coincidieron en sus críticas al gobierno, atacándolo por el «gasto excesivo» en que está incurriendo, pandemia mediante, y la perspectiva de que el déficit del año que viene se vaya a financiar con emisión monetaria, lo cual para los dos exponentes es sinónimo de un horizonte de híperinflación. Redrado, más explícito, reclamó una reducción «nominal del gasto» y que cada funcionario rinda cuentas sobre el cumplimiento de tal objetivo ante el Congreso. 

Es decir, que sobre la recesión, lo que piden es un brutal ajuste. Y contra toda evidencia, incluso la del gobierno de Cambiemos del cual Lacunza tuvo papel protagónico (ministro de Economía bonaerense durante casi cuatro años, para llegar sobre el final al gobierno central para implementar un ineludible cepo cambiario y un menos explicable default de títulos en pesos), insisten en que el origen de la inflación reside en la emisión. 

Su teoría fracasó en la práctica con los peores resultados sociales imaginables, pero de eso no hablaron. Tampoco los empresarios que se agolparon en el chat para felicitarlos, agradecerles, extrañarse de que figuras de semejante tamaño intelectual no ocuparan roles más relevantes. Tiraron todas las flores a su alcance. Las píedras las guardaron hasta la aparición de Guzmán. 

En julio de este año, después que Alfredo Zaiat publicara en una edición de domingo de Página/12 un minucioso análisis del papel que juega en Argentina un poder económico cada vez más alejado de los intereses sociales y económicos internos (Conducción política del poder económico, 12 de julio), en un reportaje posterior en este mismo diario (19 de julio), Alberto Fernández respondía en relación a ese artículo:

«Si queremos construir otro modelo de país, no podemos hacerlo sólo con los que disfrutan del modelo de país que tenemos, porque ellos no van a querer cambiar ese modelo. Lo que no podemos tampoco, es hacerlo sin ellos. Yo sé que el 9 de julio (conmemoración de la Independencia en la Quinta de Olivos) faltaron actores, fue un error (participaron representantes del Grupo de los 6 y Héctor Daer por la CGT). Pero no se puede interpretar que si el 9 de Julio se hizo con los que representan a los poderes fácticos, eso quiere decir que se va a hacer lo que los poderes fácticos manden».

Y bien. Llegó el momento de poner en práctica esa postura. El gobierno tuvo, en el transcurso de apenas tres días, tres eventos distintos en los que pudo estar cara a cara con los representantes del poder económico. Inició las conversaciones formales con el Consejo Agrorindustrial Argentino en una reunión en la que fueron recibidos por el gabinete económico en pleno. Tuvo sendas participaciones en el Coloquio de IDEA a través de Alberto Fernández (por vía virtual) y Martín Guzmán (presencial). Y produjo el lanzamiento de un plan para promover la producción de gas con incentivos a la exploración y extracción, con visita a Vaca Muerta incluída. 

El discurso del presidente de la Nación es de reconciliación con esos poderes fácticos. Convoca a la actividad productiva a sumarse a la recuperación de la economía y subraya que el gobierno no plantea fórmulas anticapitalistas. Las respuestas, por ahora, son disímiles. El Coloquio de IDEA habla en términos económicos pero piensa en clave plenamente política. Si Néstor Kirchner y Cristina no fueron jamás a ese foro, no es por capricho. Alberto Fernández intentó otro camino, que no pareciera que haya sido comprendido.

También es cierto que las diferencias entre la actitud de IDEA y la que recibió del Consejo Agroindustrial y de las cámaras petroleras en estos mismos días, podrían demostrar el aislamiento de los primeros. Pero con estos últimos el gobierno habló de intereses concretos, de negocios que le interesan a cada intelocutor de turno. Y mostró cartas que eran las que los interlocutores venían a buscar. El frente agroindustrial y el sector energético extractivo son piezas que en el modelo económico albertista ocupan roles centrales. Ahora espera qué tienen estos sectores para devolverle a cambio de políticas que parecieran resultarle amigables. 

El gobierno necesita dólares urgente. Mientras tanto el sistema financiero, como los incendios forestales, propaga el fuego y genera nuevos focos.  ¿Tendrán la respuesta los agroexportadores, los petroleros? Quizás haya que hacerse otras preguntaa antes: siendo parte fundamental del poder económico, ¿no están en condiciones de frenar la estampida especulativa devaluacionista? ¿Están dispuestos a enfrentar a los que quieren seguir incendiando las praderas a cualquier costo (ajeno)? Todavía no es el momento de conocer la respuesta, aunque no quede mucho tiempo para seguir esperando.

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