Padre nuestro y de ellos

Nuestra historia se merecía un animal como Marcelo Gallardo al costado de la línea de cal… Por eso determinar cuál fue el verdadero clic que le generó al club en estos seis años de liderazgo es muy complejo porque los cambios y las reinvenciones fueron permanentes. Cada hincha de River tendrá su visión. La mía, más allá de los títulos, los récords y los logros deportivos, es que el Muñeco sabiamente nos hizo entender que “ganar, gustar y golear” sólo era posible poniendo el conjunto sobre las individualidades y la necesidad sobre el deseo. Ponerse el overol siempre, no sólo a veces. Así se llegó a un método: jugar y raspar en proporciones similares.

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Esa es la marca registrada de Gallardo: adentro y afuera de la cancha todos corren y se matan por igual, no hay estrellas. Humildad, respeto al rival y perfil bajo para fraguar una mentalidad ganadora durísima -pocas veces vencida- a la hora de enfrentar cualquier situación, con la premisa de jugar muy fuerte, intensamente.

Con estas bases armó desde aquel equipo salvaje de 2014/2015 -el de las patadas que aún hoy hacen llorar a tantos- hasta este actual gestado en tiempos del hito de Madrid y perfeccionado luego en 2019, que quizás sean los mejores River en los 119 años del club.  La resultante de todo esto son dos legados eternos:

1) Los estragos generados en la vereda de enfrente: cinco mazazos en cinco años marcaron los ciclos ferozmente en ambas orillas. Gallardo figurará en los libros de historia como el dueño de una paternidad frente a Boca que difícilmente tenga marcha atrás. Le ganó de todas las formas posibles, con más garra, con más futbol, con más actitud y hasta con baile en cada una de las ocasiones en que se cruzaron mano a mano. Eso, para cualquier hincha, no tiene precio. Es el clímax al que de un lado y otro se aspira desde pibe, y más si en el medio está la Final de una Copa Libertadores.

2) La indestructible identificación de sus equipos con los hinchas de River. La frase “que la gente crea, porque tiene con qué creer” es un mantra riverplatense. Esa simbiosis que logró se refleja cada domingo, en cada triunfo, en cada derrota (el recibimiento al plantel post caída ante Flamengo sólo se compara con el regreso de la Selección Argentina tras el Mundial de Italia) y en la confianza que genera cada una de sus decisiones. ¿Cuántas veces nos dijimos a nosotros mismos «si Gallardo lo hace por algo será”?

Su voz de mando es total, tanto en el acierto como en el error. Por su capacidad, el mundo lo toma como referencia máxima del futbol Sudamericano y lo eleva a la altura de Kloop, Guardiola, Sarri o Simeone. Ya es el mejor técnico de la historia de River y va camino a serlo de Argentina porque su proyección no encuentra el techo. Y lo mejor de todo es que es nuestro, nacido y criado con la banda roja en el pecho. Un ídolo. Un orgullo. Gracias Muñeco.