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Los ricos existen, pero hay que encontrarlos | Mil …

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La propuesta de aplicarle un impuesto extraordinario a las grandes fortunas ya circula en medios políticos y económicos . Pero, hasta ahora, es más lo que se dijo con respecto a qué no se va a hacer, que lo que se explicó sobre cómo definir la base imponible (quienes pagan). No es la clase media la que se busca gravar, se explicó. Desde la industria y el campo ya han surgido algunas definiciones. El dueño de Aluar, Javier Madanes Quintanilla, abogó porque no sea el capital productivo el objetivo del impuesto, ya que eso afectaría la inversión, según dijo. Pedro Peretti, dirigente agrario, dijo que una alta proporción de campos productivos está en manos de «grandes latifundios que los alquilan, no son ellos los que la trabajan». Grandes latifundios que «existen, más allá de que algunos economistas neoliberales insisten en que es un término pasado de moda, incluso uno que tiene 1500 hectáreas muy cerca de Pergamino». El problema a resolver es cómo definir quién es el dueño de cada campo. Porque así como existe una ingeniería financiera para fugar el dinero del país y llevar a guaridas fiscales las grandes fortunas que no se podrán gravar, existe en el país toda una gama de argucias y maniobras para ocultar a los verdaderos terratenientes, mediante fondos de inversión y fiduciarios, sociedades ficticias y otras herramientas. Aquí se presentan algunos aportes al debate.

«Yo creo que los impuestos deben recaer sobre la distribución de renta y no sobre los capitales en tiempos normales, aunque en situaciones extraordinarias, se pueden admitir impuestos extraordinarios», respondió Madanes Quintanilla, titular de Aluar y accionista de FATE en una entrevista de este sábado por AM 750 (en el programa Toma y Daca). «En ese caso, es necesario diferenciar el capital productivo del capital financiero especulativo; porque como dice el presidente de Uruguay (Lacalle Pou, un millonario de derecha electo por el Partido Blanco), en épocas como ésta se trata de orientar el esfuerzo a mantener el funcionamiento de la economía en las mejores condiciones posibles, por lo tanto no sería positivo tocar aquéllo que va dirigido a la inversión». 

Pedro Peretti, consultado por Página 12, dio su visión sobre las grandes fortunas en el ambiente agrario. «Hoy la realidad del campo es que hay grandes latifundios, rentistas rurales, que alquilan la tierra a productores que pagan en valor producto, por quintales de soja por hectárea, permitiéndole acumular fortunas a los dueños, que viven como bacanes en el pueblo o en Buenos Aires». 

Peretti señala que, en la última década, el desarrollo científico técnico permitió aumentar la capacidad agronómica de los campos, aumentando su rendimiento. «De esa renta adicional, los latifundistas se llevaron una parte importante, el alquiler pasó de 8 a 10 quintales por hectáreas que valía antes a 17 quintales hoy, con rendimientos en soja que pueden superar las 33 quintales». Pero advierte que estos grandes propietarios de tierras «están casi todos disfrazados con fideicomisos, fondos de inversión, sociedades en Uruguay o en otros paraísos fiscales, para que no figure su nombre». Propone que un impuesto a las grandes riquezas contemple tanto a «personas físicas como jurídicas», es decir sociedades propietarias cualquiera sea su naturaleza. 

Un parámetro para medir riqueza, sugiere, sería tomar en cuenta «cuatro unidades económicas, es decir la extensión que puede necesitar una familia para vivir bien de la explotación de un campo, trabajando diariamente, multiplicado por cuatro». La extensión varía según la zona, pero en la pampa húmeda, estima, serían unas 75 a 80 hectáreas por unidad económica «de campos ABC1». Cuatro unidades serían 320 hectáreas, que a un valor de la tierra en la zona núcleo de 15 mil dólares la hectárea (pre pandemia, aclara), daría un valor de piso de 4,8 millones de dólares. «De ese nivel, tenés miles en el campo, que no trabajan y viven de rentas, y además se dicen a sí mismo productores. Están, el asunto es encontrarlos, porque no tienen la explotación a su nombre. Pero si hay voluntad, no es complicado», concluye.  

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