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«Este no es mi gobierno«. Ganas de escribir esa frase, tal vez, no le faltaron. Se podría haber interpretado como un acto de cinismo, pero si no es lo que piensa Cristina se le parece bastante: es lo que transmite la feligresía camporista que tiene acceso a sus pensamientos íntimos. La que piensa que ella está en un altar y que todo lo demás se mueve debajo. Por aquel terreno árido hay que rastrear el sentido de la reaparición. Despegarse. Si este no es su gobierno, tampoco es su crisis.
No sería extraño que alguno de los integrantes de La Cámpora se ocupara de dejarlo en claro en público. Solo sería cuestión de tiempo. El que gobierna hoy es Alberto Fernández. Los ministros que no funcionan son de Alberto Fernández. Si no hay un gran acuerdo con los distintos actores de poder es responsabilidad de Alberto Fernández. Y, más importante, si la crisis escala -un destino inexorable para quienes proyectan los daños en la economía y la brecha cambiaria- que a nadie se le ocurra dirigir la mirada hacia el Instituto Patria. «Cristina es una accionista», dicen en su entorno.
A un año del regreso kirchnerista al poder, las diferencias entre el Presidente y la mentora de su candidatura se profundizan. En su carta, Cristina no hizo más que reflejar lo que venía diciendo en privado. El contenido epistolar ratificó todo lo que ha escrito el periodismo crítico en los últimos meses. No deja de ser sorprendente. No era, como suele decir el primer mandatario y repiten quienes prefieren no contrastar sus puntos de vista, que un interés oscuro quería o quiera hacerlos pelear de nuevo. Si se bucea mínimamente en el universo cristinista se descubre que para un sector la carta fue hasta demasiado elíptica.
No es solo el dólar o la ineficacia del Gabinete lo que inquieta a Cristina. También hace reproches sobre la falta de muñeca política de la Casa Rosada y la escasez de tesón de algunos miembros (ella emplea otra palabra) para «hacerse cargo». La vicepresidenta se privó de decir de modo categórico lo que más de una vez transmitió en sus encuentros en Olivos. Que está cansada de que le echen la culpa «de todo lo malo». Supone que, cuando una iniciativa naufraga, desde el entorno presidencial dejan trascender que son parte de sus caprichos. O que ella pone trabas. Con la carta, Cristina vino a desatarle las manos a Alberto y a intentar desarmar parte de ese relato subterráneo.
Alberto Fernández, Sergio Massa y Vilma Ibarra, el martes, camino al CCKpara el homenaje a Néstor Kirchner.
¿Qué dice Alberto de todo esto? Poco. No descarta hacer retoques en el Gabinete cuando la pandemia le dé respiro, pero es imposible que los haga en el corto plazo después de la intimación de su aliada. «Seguimos para adelante. Yo estoy conforme«, les dice a los ministros «que no funcionan». A esos colaboradores buscó darles algún tipo de contención en los últimos días. Uno de ellos confesó que «hagamos lo que hagamos nunca nos va a querer del otro lado». A varios de los aludidos, Fernández los subió al helicóptero como muestra de confianza y a otros intentó transmitirles que la carta no era tan mala para su administración porque le otorgaba más autonomía.
«Tenés una gran oportunidad», buscó reanimar Sergio Massa al Presidente, al que acompañó en el homenaje a Néstor Kirchner. Por aquello, quizá, de que ahora tiene las manos menos aprisionadas para hacer acuerdos con sectores que el cristinismo nunca quiso.
El presidente de la Cámara trabaja junto al ministro del Interior, Eduardo «Wado» de Pedro, y al jefe de bloque en Diputados, Máximo Kirchner, para dinamizar conversaciones con el Círculo Rojo. También intensificaron las conversaciones con los gobernadores y la oposición. Para algunos mandatarios que el año pasado se habían tomado en serio que Alberto iba a gobernar con ellos, se trata de una película con final previsible. «Nos buscan cuando están débiles, nos desechan cuando están fuertes», según el criterio de un mandatario de la zona centro del país.
En el océano opositor la carta agitó las aguas. «Me bombardearon a llamados para saber si nos habían convocado a un acuerdo», contó Mauricio Macri en una reunión con sus principales colaboradores. El ex presidente, una vez más, es el que menos expectativa tiene con la supuesta apertura del Gobierno. En un hilo de Twitter que monitoreó su equipo de comunicación fijó condiciones. Adhirió Patricia Bullrich. Para la ex ministra, Cristina lanzó un misil hacia adentro de su tropa y no puede ser la oposición la que salga a poner el cuerpo. Miguel Pichetto pidió no convertir la interna del peronismo en un problema de Juntos por el Cambio.
La crisis y la reaparición de la vicepresidenta originó movimientos impensados en la oposición. Uno de ellos: Bullrich y Elisa Carrió, las mujeres más intransigentes de la coalición, volvieron a hablar después de mucho tiempo y cuando la relación parecía quebrada. Alguna vez fueron socias electorales para enfrentar al kirchnerismo y al macrismo. Se veían con frecuencia en el departamento que Carrió tenía en Barrio Norte. Cuando se pelearon dejaron de hablarse. Macri las unió de nuevo en Cambiemos, aunque nunca se llevaron del todo bien. Cuando Macri dejó la Casa Rosada, ya no se hablaron y empezaron a tirarse dardos por los medios.
Una larga charla telefónica inició el proceso de reconciliación. Carrió le transmitió sus miedos al vacío de poder. Le dijo que Cristina le está haciendo un golpe a Fernández y que no hay que alimentar ese fuego. Bullrich le preguntó su posición sobre Daniel Rafecas.
Carrió lo ha criticado, pero lo ve como el mal menor. Horacio Rodríguez Larreta tomó ese razonamiento y además lo considera un hombre del sistema. Diego Santilli, el vicejefe porteño, fue el primero en apoyar la idea de la jefa de la Coalición Cívica. En el radicalismo reaccionaron mal cuando vieron la foto de Larreta, Carrió y María Eugenia Vidal en Exaltación de la Cruz. Pero luego aflojaron. Sin embargo, hay quienes advierten que existe el peligro de caer en una trampa y de apoyar un pliego que antes sea frenado por el cristinismo.
Maximiliano Ferraro, Maricel Etchecoin, María Eugenia Vidal, Elisa Carrió y Horacio Rodríguez Larreta, en la casa de Carrió en Exaltación de la Cruz.
Larreta y Carrió coinciden en que, si no es Rafecas el próximo Procurador, Cristina se impondrá a Alberto y propondrá a algún fanático. En esa supuesta lista vislumbran tres nombres: Indiana Garzón, la actual fiscal coordinadora de Santiago del Estero; Graciana Peñafort, la directora de Asuntos Jurídicos del Senado; y Maximiliano Rusconi, abogado de la propia Cristina.
La oposición sostiene que la designación del Procurador es clave para el futuro judicial de la familia Kirchner. La obsesión de la ex presidenta sigue siendo el periplo que la espera en los Tribunales. Los frentes por corrupción, aun con ciertas mejoras, siguen ahí. Y el año que viene hay elecciones. Cristina creyó que para esta altura de los acontecimientos sus asuntos pendientes con la Justicia iban a estar más aliviados.
En la residencia Olivos, de tanto en tanto, atribuyen a esa preocupación su accionar oscilante y el comportamiento crítico hacia Alberto. Hace meses, un albertista le asignó un apodo peyorativo que solo emplea cuando habla en confianza y se sienten a salvo de miradas intrusas. En los últimos días volvió a escucharse. El apodo viene de Disney y pertenece a un personaje que tenía un corazón puro pero que, por venganza, lo convirtió en una piedra. En el cine lo interpretó Angelina Jolie. Solo que los albertistas le agregaron el artículo la a su nombre original. La llaman «La Maléfica».
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