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Julio Bárbaro: «El pragmatismo y los logros de Alberto Fernández»

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Para muchos, el final de Macri fue vivido como un resultado inesperado.

Hubo miedo al retorno de un gobierno al que buena parte de la ciudadanía había dado por superado. La candidatura de Alberto Fernández constituyó una sorpresa y el primer resultado de las PASO superó las expectativas de propios y extraños. En rigor, ambas fuerzas políticas habían fracasado.

Cristina dio el paso inesperado, no era un retorno absoluto, pero significaba sin lugar a dudas una visión de cambio. Macri no tenía puntos a su favor, solo incentivar el miedo a lo peor de su enemigo. El resultado final fue más ajustado, la falta de logros propios era tan indiscutible como el éxito del miedo engendrado.

Hasta ahora el gobierno de Alberto ha tenido altibajos, pero se ha caracterizado esencialmente por disolver la mayoría de los resquemores que le asignaban y en especial, por su capacidad de pragmatismo y revisión de sus propios pasos. Se inicia con una política internacional excesivamente ideológica, convocando a ex presidentes que no solo habían sido derrotados en sus países, sino que además habían sido superados por la historia. La relación con Evo Morales fue sin duda la más comprometida sumada a errores en el resto de los países hermanos. La posibilidad de un apoyo concreto a Venezuela o una cercanía excesiva a Cuba no pasaron de la simple amenaza. El viaje a Israel, en cambio, definió un pragmatismo que alejó las visiones hiperbólicas de sus peores enemigos.

Los opositores llegaron al hartazgo con el temor a Cristina y su conflicto con el presidente, cuando en rigor no existía razón alguna que lo sustentara.

Tampoco expusieron otros argumentos para disimular la amargura por la derrota que la ex presidenta les había infligido. Es que el anti peronismo sufrió en exceso su impotencia para gobernar. Macri había ido demasiado lejos en la demonización del peronismo como única forma de ocultar la mediocridad de su gobierno. En ese sentido, hoy la grieta es más rígida y agresiva que nunca, como si solo el odio permitiera ocultar el propio fracaso.

De hecho el ex presidente luego de su derrota, no ocupó un lugar de relevancia y perdió vigencia-ni siquiera los medios de comunicación hicieron comentarios de interés sobre sus esporádicas apariciones y dejó a la oposición sin conducción ni proyecto, más allá de las pasiones y la imperiosa necesidad de confrontar.

Cristina cumplió su papel dignamente. Alberto organizó un gobierno apoyado en el peronismo de Capital, una estructura destinada a ocupar el lugar de complaciente oposición. Disolvió miedos, estructuró un discurso mucho más fuerte que sus actos, en torno de la prueba de fuego de la deuda y la pobreza, hasta que la pandemia detuvo el devenir de la humanidad.

En rigor su gobierno hasta el presente ha tenido logros dignos de mención.

Supo engendrar un kirchnerismo menos confrontativo- basta recordar la Ley de medios y hoy las cadenas televisivas en el que sus entrevistas a la prensa sin límite alguno imponen una impronta política novedosa que permitiría pensar en un nuevo proyecto de sociedad. Ese denominado modelo que no imaginó el gobierno anterior y que no parece estar en el desafío y el debate de la política nacional hasta el momento. Esto no niega que la pandemia le ofreció a Alberto un lugar de estadista que supo desempeñar en las decisiones primeras aunque algunos de sus últimos gestos no lo mostraron en condiciones de asumir plenamente.

Después de la pandemia llegará el momento de discutir qué país queremos de aquí en más. Alberto avanzó en desarmar muchos nudos de nuestra conflictiva convivencia política sin que ello implicara detener el crecimiento de la pobreza, y hasta ahora nadie fue capaz de proponer un rumbo, un proyecto, el que necesitamos y esperamos como nación.

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