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IDENTIDAD EN COMUNICACION

Ficha limpia «La ley que incomoda a los que no deberían estar»

Editorial por Mabel Lema

Hay temas que, sinceramente, una no sabe si tratarlos con seriedad o con humor. Porque lo que pasó otra vez en el Congreso con la Ley de Ficha Limpia… da para pensar que estamos en una especie de sketch repetido, pero sin gracia. Una parodia de esas que uno ya vio mil veces y no hacen reír. Porque no, no tiene ninguna gracia que se discuta —y se rechace o se frene— una ley que debería ser tan obvia como respirar.

 

¿Cómo puede ser polémico algo tan básico como decir: si fuiste condenado por corrupción, no podés ser candidato ¿Tan lejos estamos de lo que debería ser lo normal? ¿En serio hay que debatir eso en el Congreso? ¿En serio hay legisladores que se paran con cara seria a argumentar por qué una persona con condena judicial podría —¡y debería! — seguir participando en la vida política como si nada?

 

Es como si nos preguntaran si un médico puede seguir operando después de ser condenado por mala praxis, o si un piloto con condena por negligencia puede seguir volando. ¿A quién se le ocurre?

 

Y lo más increíble es que esto ni siquiera debería tener color político. No se trata de “los de allá” o “los de acá”. Esto nos atraviesa a todos, porque lo que está en juego es la confianza en las instituciones, en quienes nos representan, en la democracia misma. Una democracia sin ética es apenas una cáscara vacía.

 

La ley de Ficha Limpia ya se aplica en otros países de la región. Brasil, sin ir más lejos. ¿Nosotros no podemos? ¿O no queremos?

 

Hay una parte de la sociedad que hace rato levantó la vara. Que ya no come vidrio, que no quiere más discursos lindos para la tribuna mientras se acomodan los intereses por detrás. Y esa parte de la sociedad está esperando, cansada, que la política también eleve su vara. Que entienda que no es una concesión “heroica” ser transparente. Es una obligación.

 

Lo de Ficha Limpia no debería ni discutirse. Debería ser ley. De una . Como mínimo. Y sin vueltas.

 

Pero mientras tanto, acá estamos, otra vez, viendo cómo se repite el chiste… solo que no nos reímos. Porque esto, señores, ya dejó de ser gracioso hace rato.

Y para quienes todavía dudan o creen que este proyecto es una exageración, vale la pena mirar algunos números.

 

Según datos de la ONG Poder Ciudadano, en las elecciones legislativas de 2021 hubo al menos 19 candidatos con causas judiciales graves en sus antecedentes. Algunos procesados, otros condenados en primera instancia, todos presentes en listas de distintos espacios políticos. Y hablamos de delitos como lavado de dinero, malversación de fondos públicos, enriquecimiento ilícito, abuso de autoridad y defraudación al Estado. No estamos hablando de una multa mal paga, no. Estamos hablando de delitos contra el patrimonio de todos.

Y lo más llamativo es que, en muchos casos, esos candidatos no sólo no fueron cuestionados por sus partidos, sino que fueron premiados con lugares expectantes en las listas. ¿Qué mensaje se le da así,  a la sociedad?

La propuesta de Ficha Limpia, presentada varias veces en el Congreso, busca algo muy claro: impedir que cualquier persona condenada por delitos dolosos contra la administración pública pueda postularse a cargos electivos hasta tanto cumpla su condena. No se trata de impedirle a alguien trabajar, ni de vulnerar derechos. Se trata de cuidar el derecho de la ciudadanía a ser representada por personas honestas.

Y esto no es una utopía. Como decíamos antes, Brasil lo implementó en 2010 con una ley similar, y gracias a eso se evitó que más de 2.000 candidatos con causas judiciales se postularan en las elecciones posteriores. No fue magia: fue voluntad política y presión ciudadana.

Y como contrapartida a la realidad global, un claro ejemplo de contraste  es el de Trump en el país del norte. Un expresidente condenado, que no sólo no fue inhabilitado, sino que volvió al poder por la vía del voto, mostrando que, en ausencia de límites legales, la política puede volverse un juego sin reglas claras, donde lo moral queda en manos de la opinión pública, y no de la ley.

Por eso, más que mirar hacia afuera para justificarnos, deberíamos aprender y prevenir. Que la historia ajena no nos sirva de excusa, sino de advertencia. La Ficha Limpia no es sólo un proyecto: es una oportunidad de levantar la vara, de recuperar la credibilidad y de decir —por fin— que hay cosas que ya no se toleran.

¿Seguimos patinando sobre lo mismo? ¿Por qué se archiva? ¿Por qué se cajonea? ¿A quién le sirve que siga todo como está?

Tal vez, y sólo tal vez, es hora de dejar de preguntar «por qué»… y empezar a decir «basta».

Ficha Limpia no es una traba, es una puerta. Una puerta hacia una democracia más decente. Y abrirla, señores, es una urgencia moral.

 

 

 

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