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Desde París. Del 17 al 17: dos números similares, dos meses distintos, marzo y abril, y, entre ambos, 17.000 muertos, miles y miles de personas internadas en los hospitales y unas cuantas más infectadas cada día por el covid-19. Un mes después de que el Ejecutivo francés dispusiera el confinamiento de la población el laberinto de la pandemia no da signos de fallas. Aunque se hable de “signos alentadores”, estos son demasiado mínimos y variables de un día a otro como para ver en ellos una salida. Madrid, Roma y París siguen siendo el triángulo más elevado de la infección al mismo tiempo que Europa, con más de 90 mil muertos, 65% del total mundial, y un millón de contaminados, es el “corazón de la tempestad”, según declaró este jueves Hans Kluge, el director de la rama europea de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Las brumas del Sena no se han disipado, muy por el contrario. Los efectos del voluntarismo político asumido por el presidente francés, Emmanuel Macron, se desvanecen con el paso de los días y el trágico contraste entre las cifras y la agenda fijada por el mandatario durante su última intervención televisiva, donde anunció que el país empezaría a salir del confinamiento el próximo 11 de mayo. Dos temporalidades están en la cuerda floja: la de ahora y la del después. En el ahora la contaminación avanza, los hospitales siguen sobrecargados, los muertos se acumulan, la ciencia aún no ha acertado en la fórmula de un tratamiento, no hay máscaras, ni gel, ni guantes. El después es otro enigma. Los tres protagonistas de la gestión de esta crisis, el poder político, el poder científico y el poder económico, no están plenamente en la misma sintonía, ni entre los grupos, ni dentro de los grupos. Jean-François Delfraissy, presidente del grupo de científicos que asesora a las autoridades, advirtió que, por lo menos, 18 millones de personas deberán seguir confinadas después del 11 de mayo. Delfraissy también insistió en que convendría aplazar la fecha del desconfinamiento si las condiciones no se han reunido. La sensación de un túnel sin fin se acentúa con la absurda confrontación pública que mantienen dos científicos: el mismo doctor Delfraissy y el microbiólogo Didier Raoult, cuyo tratamiento absoluto y milagroso contra el covid-19 aún no ha demostrado ni su eficacia global ni, menos aún, la ausencia de daños colaterales graves (muchas personas han muerto a raíz de ese tratamiento). Emmanuel Macron les presta un oído atento a los dos mientras la opinión pública ha sido forzada a presenciar una grotesca pelea de gallos entre dos científicos. Emmanuel Macron fue hasta Marsella a ver el profesor Raoult y saludó en él a “un gran científico”. Optimista, a menudo patotero contra su colega, Raoult asegura que la pandemia desaparecerá en un par de semanas y que el confinamiento es una medida “que remonta a la Edad Media”. Delfraissy defiende la dirección contraria y rehúsa responder a los ataques personales de que es objeto por parte de Raoult. Esta discrepancia, amplificada por los medios, alimenta la confusión y la impresión de que nadie sabe realmente nada, de que esto no se acabará nunca porque no siquiera la gente “racional” llega a un consenso. A su vez, la OMS (también desacreditada), en un estudio estratégico publicado el pasad 15 de abril, recomendó mucha prudencia ante la opción de ablandar las medidas restrictivas en curso. Según el organismo multilateral, harán falta dos semanas para medir el impacto de un desconfinamiento parcial antes de extenderlo.
Hay una suerte de desatinado racionalizado flotando en el clima. De lo más modesto a lo más complejo. Por ejemplo, los kioscos de cigarrillos están abiertos. Los fumadores pueden ingerir todo el humo que quieran mientras que las librerías están cerradas. Humo sí, libros no. O, mejor dicho: libros sí, pero únicamente si se los compra en Amazon. El gran emblema monopólico de la globalización ultra liberal se refuerza al mismo tiempo que prosperan las ilusiones del fin del liberalismo. Los corredores han invadido las ciudades. Salen a correr a las horas autorizadas, pero lo hacen por la vereda, pegados a los peatones, sin respeto o distancia alguna, proyectando sus transpiraciones a centímetros de los transeúntes. No por nada son, hoy, los más detestados de París. Los runners le sacaron el primer lugar en el podio del repudio peatonal a los monopatines, las bicicletas, los autos y las motos. El runner urbano se tornó el chivo expiatorio de la situación. A parte del hecho de que, en su gran mayoría, son de una incivilidad insolente, la gente los percibe como privilegiados que exhiben su buena salud mientras el mundo se muere. Lo complejo atañe al poder político y al formato que adoptará el reingreso a una vida casi normal. Por el momento, sin embargo, ese formato no tiene contornos netos. Recién dentro de dos semanas se conocerá el “plan post 11 de mayo”. Se puede intuir que el aislamiento social no será pleno. Es todo. ¿Acaso se procederá por regiones ? ¿Por horarios ? ¿Por edades ?. ¿Cómo, de verdad, se obtendrán las máscaras ?. El Primer Ministro francés, Edouard Philippe, afirmó “no hay ambivalencias sino incertidumbres. Y es normal porque todo no está listo, somos transparentes con los franceses”.
Como en prácticamente todo el planeta, el público percibe que se está avanzando a tientas, que faltan datos cruciales para entender lo que ha ocurrido y ocurrirá. Las sociedades sospechan que China ha mentido con los porcentajes de muertos. ¡3.342! ¡Menos que en Cataluña o Lombardía !, que la OMS es una mera extensión del monopolio farmacéutico al servicio de intereses geopolíticos y que la Unión Europea se ha quedado sin identidad ni presencia cuando debió pesar mucho más en la crisis sanitaria, unificar políticas y dar una respuesta coherente. En estas condiciones, exigirles a las sociedades que confíen plenamente es una invocación a la providencia antes que a la razón.
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