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Es posible que a Paulo Díaz le salga bastante onerosa la gansada que se mandó el día que, apenas empezado el partido, reaccionó a un coscorrón con un patadón sin pelota dejando a River con uno menos, a correr el doble por 80 minutos con 40 grados a la sombra. Además de haber embromado a sus compañeros y comprometido el partido, recibió una suspensión de dos fechas que le da la oportunidad de regresar a Pinola.
Esto sucedió poco después de que Izquierdoz se hizo amonestar dos veces torpemente también en pocos minutos del clásico de Boca con Independiente y, en ese mismo partido, la ya muy comentada impulsividad sin control de Pablo Pérez le solucionó el problema al rival cuando niveló el número de jugadores. La noche del jueves otra tontería, de Urzi, puso en peligro el triunfo del Sub 23 al obligar a Argentina a bancar con diez casi media hora.
Una vez y otra parece que hiciera falta hacerles a los jugadores (algunos pibes, otros bastante grandecitos) recordatorios de cómo perjudica, cómo complica, cómo altera a un equipo seguir los planes y buscar los objetivos después de una expulsión. Los que hacen un gol siguen alegremente sacándose la remera para el festejo, quedando a un paso de irse por doble amarilla.
En un país acostumbrado a echarle la culpa de todo al árbitro, hubo sin embargo algunas reacciones en el buen sentido: Gallardo fue públicamente crítico del “error” de Paulo; Russo repitió con énfasis que “a la cancha hay que entrar con 11 y salir con 11”; Independiente despidió a Pérez.
Así se ponen límites al jugador. A gente adulta como para simplemente responder a primera reacción o forzar una tribuneada. A gente pensante que puede evaluar cómo le complicás la vida al tipo con el que tenés que pelear codo a codo, al hincha que sufre por la camiseta que tenés puesta, al club que te paga.
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