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Cuando nuestro fútbol conoció a Gallardo

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«Este pibe lo merece, eh».

La voz de un joven Mariano Closs daba cuenta de lo que sucedía aquella tarde en el Monumental y graficaba -a la perfección- el debut de un pibe de 17 años decidido, movedizo, incansable, pero al que la suerte no lo ayudaba. Un tal Marcelo Gallardo había ingresado en lugar de un tal Ariel Ortega en el ST del partido ante Newell’s, por la fecha 11 del Clausura 93, y rápidamente mostraba sus condiciones en el fútbol argentino: tocaba y hasta probaba seguido al arco, aunque Scoponi primero y luego D’Agostino (central que terminó en el arco ante la roja del Gringo) lo dejaron con el grito atragantado.

¡Qué jóvenes! El Muñe, abrazo con el Burrito Ortega, uno de sus compañeros y referentes en River.

¡Qué jóvenes! El Muñe, abrazo con el Burrito Ortega, uno de sus compañeros y referentes en River.

Igual, ese 18 de abril, el River de Daniel Passarella ganó 2 a 0 (doblete del Polillita Da Silva) y le presentó en sociedad al que en América ya habían podido observar semanas antes… Sí, ese volante atrevido ya se había puesto el manto sagrado tres semanas antes -desde el inicio y también en Núñez- en el triunfo 1 a 0 ante Olimpia por la fase de grupos de la Copa Libertadores. Un guiño del destino, tal vez, para un tipo que en definitiva siempre fue un adelantado…

El Muñe y el Enzo, compañeros dentro y fuera de la cancha.

El Muñe y el Enzo, compañeros dentro y fuera de la cancha.

Hoy se cumplen 27 años de esa tarde en la que Gallardo comenzó a ser el Muñeco con la pelota al pie en el fútbol argentino y que luego se transformó en Napoleón, el capitán, el ideólogo de la conquista de América más emblemática de todos los tiempos. Ese joven que a los 12 años había llegado desde Merlo y que ya en la primera prueba mostraba su carácter: después de esperar sentadito tres horas, le dijo al DT Gabriel Rodríguez que lo dejara jugar. En apenas diez minutos en River​ se decidieron y lo terminaron fichando días después y Marcelo se enamoró a primera vista de “este monstruo” llamado el estadio Monumental…

Lo que nunca imaginó era que en apenas cuatro años en el club ya iba a estar haciendo su primera pretemporada con la Primera, luego de que Passarella lo llevara a Mar del Plata en ese verano de principio de 1993. Que se iba a codear con el Burrito, con Astrada, Rivarola, Altamirano, Medina Bello, Zapata, Hernán Díaz, Silvani, y que iba a concentrar con el guatemalteco Claudio Rojas en una de las habitaciones del Hotel Mirador, en Mar Chiquita. Y mucho menos que el 30/1 iba a tener su estreno en el amistoso ante San Lorenzo, por la Copa Ciudad de Mar del Plata, y que ese 0-0 hoy lo iba a recordar como “el peor partido de mi carrera, fue malísimo: agarraba la pelota y la perdía, estaba nervioso”. Así y todo, su estreno oficial llegaría dos meses después (el 26/3) y en la Libertadores: sin chance de pasar la fase de grupos, River​ les dio rodaje internacional a pibes como MG, Almeyda, Claut y Lavallén, autor del 1 a 0.

OLEIMA20150803_0230  AP Gallardo en la Libertadores de 1997.

AP Gallardo en la Libertadores de 1997.

Hasta que semanas después sí, Gallardo puso el pie en el fútbol doméstico, se transformó en capitán, ganó ocho títulos (CL 96 incluida), llegó a la Selección, jugó dos Mundiales, desandó el fútbol europeo y se volvió un 10 de elite. Fue Sabella, por entonces ayudante de DP, quien le dio consejos para pulirle la pegada. Y fue el Tolo Gallego​ uno de los DT que lo marcó porque “era vivo y leía bien los partidos”. Acaso virtudes que él mismo hizo propias para, ya hoy del otro lado de la línea, ser el técnico más ganador de la historia del club que hace 27 años lo vio nacer…

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