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Brasil: el ministro que no fue | Opinión

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Desde Río de Janeiro

El Brasil del ultraderechista Jair Bolsonaro sigue sorprendiendo: luego de Carlos Decotelli, quien renunció al ministerio de Educación
para el cual había sido nombrado antes aún de asumir el puesto, Renato Feder desistió antes siquiera del nombramiento formal.

El viernes Bolsonaro anunció que la noche anterior había invitado a Feder, actual secretario provincial de Educación en Paraná, para asumir en el puesto. Feder confirmó la invitación y aseguró que la había aceptado. Se esperaba el nombramiento oficial para hoy o mañana.

Este domingo, Feder cambió la historia: dijo que había sido convocado, que se sentía honrado pero que optó por permanecer donde está.

Mentira pura, como todo lo que se refiere a ese gobierno desgobernado: no “rehusó” la invitación, fue rehusado por el ala ultraderechista que obedece a las órdenes del astrólogo autonombrado “filósofo” Olavo de Carvalho. Fue rechazado por los tres hijos del presidente que actúan en la política. Otro rechazo vino de los mercadores de fe autonombrados “obispos”, que desconfían que Feder no sea tan ultraconservador como debería. Y también por el sector militar del gobierno, que quiere uno de los suyos al frente del ministerio de Educación.

Ahora le toca a Bolsonaro encontrar un nombre, algún nombre, cualquier nombre, que acepte integrar el peor gobierno de la historia de la República y hacerse cargo de un ministerio destrozado.

Las idas y vueltas del presidente ocurren no solo en medio de la pandemia que ya se acerca a 65 mil víctimas fatales frente a la inercia absoluta del gobierno nacional, pero en un momento crítico para todo el sistema público de Educación.

Una serie de medidas esenciales, que van de la decisión sobre la reanudación del año lectivo a sistemas de financiación pública, están paralizadas por falta absoluta de articulación del gobierno con el Congreso. Las dos bizarras figuras que efectivamente ocuparon el ministerio de Educación, el colombiano que no hablaba portugués Ricardo Vélez y el brasileño que tampoco dominaba el idioma, Abraham Weintraub, no hicieron más que empujar el sistema público educacional rumbo al abismo.

Otro ministerio para el cual Bolsonaro optó por no tener ministro ni programa concreto es el de Salud, entregado hace más de cincuenta días a un general llamado Eduardo Pazuello, pero como ‘interino’.

Pazuello entiende de salud pública lo que entiendo yo del idioma sánscrito: sé que existe, pero no tengo idea de cómo será.

El uniformado, sin embargo, viene cumpliendo rigurosamente lo que de él Bolsonaro esperaba: esparció militares por puestos de decisión antes ocupados por médicos e investigadores, algunos con décadas de experiencia en el sector, no adoptó ni vestigio de política de urgencia para hacer frente a la pandemia devastadora, y hace lo posible y lo imposible para enmascarar los números de la tragedia.

Pobre país, el mío, que cada vez más me duele e indigna.

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