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Bolsonaro tiene interpretadores de su doctrina que lo siguen como al flautista de Hamelin. Están en su gabinete cada vez más reciclado y en cargos periféricos pero demasiado sensibles. Su secretaria especial de Cultura, la actriz Regina Duarte, escandalizó de nuevo a la sociedad brasileña – la mayoría que no apoya al presidente– con una reivindicación de la dictadura, la minimización de la tortura y la negativa a hacerles un reconocimiento a los artistas que murieron por el coronavirus. Incluso tuvo el tupé de entonar la marchita con que se festejaban los éxitos del campeón mundial de fútbol 1970 en pleno régimen militar. Todo sucedió en un programa de la CNN en su versión local. Fue apenas una muestra de lo que, de manera sostenida y con la censura como instrumento, viene haciendo el gobierno con el cine, el teatro, la música y hasta el cómic, entre otras expresiones artísticas en general. Esa tendencia viene creciendo desde el mismo día en que el exmilitar ocupó el palacio de Alvorada.
Los Torquemadas del siglo XXI se han reunido en simposio en el país con más católicos del planeta y donde uno de cada cinco ciudadanos profesa la fe evangélica. Todo sucede en medio de una catástrofe humanitaria que por ahora mantiene en un segundo plano a la otra pandemia. La guerra contra “el marxismo cultural” como sostiene Olavo de Carvalho, el reaccionario gurú del militar que gobierna.
El jefe de Estado se fue a pasear el sábado en una moto acuática cuando el país superaba la cifra de 10 mil muertos por la covid-19. Ese día se difundía una solicitada de distintos exponentes de la cultura que repudiaron las declaraciones de Duarte. Entre unas 500 firmas aparecieron los cantantes Caetano Veloso y Chico Buarque, el director cinematográfico Fernando Meirelles, la directora y guionista Anna Muylaert y la escritora Nélida Piñon que presidió la Academia Brasileña de Letras.
La secretaria especial de Cultura que subestimó los apremios ilegales de la dictadura por TV cuando dijo “siempre hubo tortura” en el mundo y que agregó “la humanidad no para de morir, si hablas de vida, por otro lado hay muerte. ¿Por qué mirar hacia atrás?”, se acercó bastante al negacionismo de su antecesor en el cargo, Roberto Alvim. El mismo que citó en público un discurso de Goebbels y fue destituido dos meses después. Su pensamiento podría resumirse en un concepto: “Igual que los cruzados, estamos combatiendo invasiones de bárbaros en detrimento de los principios y los valores de nuestra civilización judío-cristiana”.
Bolsonaro ha sometido a la cultura brasileña a una sangría deliberada. Primero la bajó de su rango ministerial a una secretaría que pasó a depender de la cartera de Ciudadanía que inventó cuando llegó al gobierno. Después la colocó en la órbita del Ministerio de Turismo, aunque no completó su mudanza definitiva.
Hace dieciste meses que mantiene bloqueados los fondos de la industria audiovisual, informó el sitio pipocamoderna.com.br. En la Agencia Nacional de Cine (ANCINE) designó en uno de los cuatro cargos de su conducción colegiada al pastor y fundador de la Iglesia Continental del Amor de Jesús, Edilasio Santana Barra Junior, más conocido como Tutuca. El evangélico le organizó caravanas proselitistas por todo el país en la campaña de 2018. El presidente ya había anunciado que nombraría a alguien con su perfil. Quería a alguien que supiera “recitar de memoria 200 versículos de la Biblia” dijo una vez.
En noviembre de 2019 fue levantada la obra de teatro infantil Abrazo. Su argumento es una dictadura ficticia que prohibe los abrazos. Los actores vestidos de payasos estaban dispuestos a empezar su segunda presentación cuando irrumpió un representante del gobierno y suspendió la función. El argumento fue que habían violado el contrato por hablar de política en el debut teatral. La puesta se financiaba con fondos públicos lo que comprometía su continuidad en los tiempos oscurantistas que vive Brasil. Fernando Yamamoto, el director de la agrupación teatral Payasos de Shakespeare y responsable de Abrazo comentó: “Es difícil no ver esto como un acto de censura”.
El militar ultraderechista que disfruta los contactos cara a cara con su nucleo duro de seguidores en tiempos de pandemia ya había anunciado cómo combatiría al “marxismo cultural”. El 5 de octubre pasado anticipó: “Hay ciertos proyectos que no van a recibir fondos públicos. Eso no es censura. Es preservar los valores cristianos, tratar a los jóvenes con respecto, reconocer las familias”. Si no llegó más lejos con la censura fue porque en algunos expedientes judiciales los fiscales federales rechazaron sus pretensiones medievales.
Por distintos métodos coercitivos, el régimen de Bolsonaro se las ingenia para frenar todo lo que huela a transgresión de su cosmovisión clerical y militarista. El documental Tranny Fag de la directora Claudia Priscilla lo sufrió en su propia economía. La película trata sobre la vida de una mujer negra transgénero. Había ganado el premio del público consistente en 50.000 dólares a la mejor película en un festival de cine patrocinado por Petrobras. Pero la empresa se negó a pagarlo aduciendo que había sido por cambios en el gobierno.
Otra de las demostraciones más grotescas de censura sobre el arte la vivieron los creadores del cómic Marvel. La historia de dos superhéroes que se besan en la boca escandalizó a un aliado de Bolsonaro, el pastor evangélico que gobierna la ciudad de Rio de Janeiro, Marcelo Crivella y quien aspira a que el presidente lo respalde cuando vaya por la reelección. En septiembre del año pasado se presentó ante la justicia para pedir que fueran retirados de una Bienal los libros de la saga Vengadores; la cruzada de los niños. Folha do San Pablo amplificó la historia cuando publicó aquel beso masculino en su tapa. El caso llegó hasta la Corte Suprema que dejó en rídiculo al prefecto de la cidade maravilhosa. Uno de los integrantes del máximo tribunal, Celso de Mello señaló: “Bajo el signo del retroceso, cuya inspiración resulta de las tinieblas que dominan el poder del Estado, un nuevo y sombrío tiempo se anuncia, de la intolerancia, de la represión al pensamiento, de la prohibición ostensiva al pluralismo de ideas y del rechazo al principio democrático”.
Según el diario Folha, uno de los dos bancos públicos de Brasil, la Caixa -antes conocido como la Caixa Económica Federal- tiene sus propios mecanismos de censura previa para otorgar financiamiento a los proyectos culturales que recibe. El medio informó que los gestores de apoyo económico deben comentar cuál es su ideología política y sus antecedentes en las redes sociales. Durante la gestión de Bolsonaro el régimen militar de 1964-1985 se reinventa todos los días. Cuando Regina Duarte lo reivindicó en la CNN y se enojó por los comentarios que le hacían los periodistas, Anitta una cantante pop brasileña muy famosa le mandó una carta abierta: “Si se niega a escuchar una opinión contraria poco después de alabar los tiempos de la dictadura, causa mucho miedo”, se quejó con razón.
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