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Cuando Cristiano Ronaldo se saca el gel para irse a dormir, un sonido metálico invade la densa oscuridad del modernísimo Juventus Stadium. Clanck. Clanck. Clanck. Como esos fantasmas errantes que quedan atrapados en el camino hacia el más allá, en esas tierras donde supo estar construido el Stadio delle Alpi (1990-2009, QEPD), la vibración que genera el impacto de una pelota contra el palo de un arco se reproduce como un eco cada noche. Clanck. Clanck. Clanck. Sin embargo, si el viento sopla desde el oeste, un grito de gol descontrolado y ensordecedor que viaja unos 12.000 kilómetros agita el recuerdo de una victoria épica en la historia de los Mundiales. Y aunque FIFA TV se preocupa por mantener viva la memoria de esos 90 minutos, sólo los que peinan canas -o directamente, ya no se peinan- saben lo que pasó ese domingo 24 de junio de un caluroso verano italiano, hace hoy 30 años.
La Selección Argentina estaba ese día en Turín, porque a los octavos de final había que entrar “como sea”. Y un impensado 0-1 ante la indomable Camerún, un 2-0 contra la extinta Unión Soviética y un 1-1 frente a Rumania, la habían dejado tercera en el grupo B. De una combinación de resultados en las otras zonas, al defensor del título podría haberle tocado Alemania Occidental (líder del D), en Milán, pero el rival terminó siendo Brasil, ganador del C con puntaje ideal; el mismo que cargaba con 20 años sin vueltas olímpicas, desde que Pelé alzó la copa en el mismo Azteca que Maradona lo había hecho cuatro antes. Diego, con 29 octubres, venía de ser campeón con el Napoli e iba a jugar a la casa de su enemigo, la Juventus. Y una estruendosa silbatina recorrería el estadio cada vez que lo enfocaran en pantalla -como al sonar el himno- o al entrar en juego.
Pero el 10 no estaba bien: su tobillo izquierdo, o lo que quedaba de él, inflamado como una pelota, era tema de debate nacional. «¿Llega Diego?», se preguntaban desde ¡Hola, Susana! hasta Bernardo Neustadt en la mesa política de Tiempo Nuevo. «Así o enyesado, pero juego», desafiaba el capitán desde Trigoria, descalzo, sin temor de que Dunga, Alemao o Ricardo Rocha le apuntaran a su pie.
Ya a los 57 segundos de partido, Goycochea debió intervenir para evitar el gol de Careca. Con una presión que forzaba el error, los dirigidos por Lazaroni sorprendían al equipo de Bilardo. «Fueron 30 minutos te-rri-bles. La pasamos muy muy mal. No daba la impresión que estuviéramos jugando un Mundial por la diferencia que había entre un equipo y otro«, reconoce Juan Simón para Olé.
Centro de Branco desde la izquierda, cabezazo de Dunga por el centro, clanck. «Nunca me sentí tan dominado en un partido. Todavía no puedo creer que no les haya entrado ninguna», agrega Pedro Troglio. «Si no era el palo, era Goyco, o ellos que fallaban, se querían matar. Tuvimos suerte ese primer tiempo. Brasil nos peloteó«, asume Jorge Burruchaga.
Al llegar el descanso, se dio uno de los entretiempos más insólitos. El Narigón se mantuvo 14 minutos en silencio, hasta el instante en que sonó la chicharra para regresar la campo y dio su única indicación. El DT abrió la puerta del vestuario y les pidió: «Si quieren ganar, no se la den más a los de amarillo». No hacía falta decir más.
Igual fueron otros diez minutos de asedio, que incluyen los otros dos clanck: Careca, en un centro cerrado desde la izquierda, encontró el travesaño, tras un manotazo del reemplazante del fracturado Pumpido. Y de ese rebote, un bombazo de Alemao, otra vez chocó contra los guantes de Goyco y el palo izquierdo. Desde ahí, con Brasil sumido en una mezcla de cansancio e impotencia, Argentina empezó a creer que podía, y el dominio se emparejó.
“Bilardo nos había dicho que que íbamos a tener una sola bala. Y que la supiéramos usar. Y en el segundo tiempo mejoramos. Yo tuve un tiro desde afuera, que el arquero sacó abajo”, trae a la memoria Burru un disparo suyo desde el borde del área, que se metía junto al palo derecho a los 16 minutos, justo antes de que entrara Gabriel Calderón.
Hasta que llegó el minuto 35. Y el genio del fútbol mundial recibió en el círculo central, todavía del lado argentino. Enfiló para abrir a la izquierda hacia Calderón y, cuando Alemao le adivinaba la intención, con la zurda adelantó la Etrusco y su compañero en el Napoli quedó afuera de carrera.
Ya en campo brasileño, Dunga le tiró un tarascón desde atrás, el 10 trastabilló pero conservó la bola y dejó al rival en el piso. Delante lo esperaba una marca escalonada de camisetas amarillas. Un toque de derecha, Ricardo Rocha le salió al cruce e intentó colgársele al mismo tiempo que Caniggia -”que una clara va a tener”, anticipaba Alejandro Apo– se cruzaba de derecha a izquierda ofreciéndose como pase.
Diego Maradona, con su tobillo izquierdo del tamaño de una pelota, fue decisivo para que Argentina le ganara a Brasil en el los octavos de final de Italia 90.
Con lo que le quedaba de equilibrio, Maradona pateó otra vez con la de palo y la pelota pasó entre las piernas de Galvao -que en el retroceso desesperado hacia su arco chocó con Ricardo Gomes-. Y recibió el Pájaro, cara a cara con Taffarel: «Me preocupaba todo el tiempo no estar offside. Y cuando el buzo verde se me viene encima, pensé en pegarle, pero como me dejó espacio, y sabiendo que atrás no venía nadie, se la toqué de derecha hacia afuera». Y lo desparramó hacia la izquierda y, con Diego todavía arrodillado palpitando la definición, relató Marcelo Araujo, «la ley de la ventaja, Caniggia, ahora o nunca, el triunfo, Caniggia, GOL…”. Gooooool.
Reviví el gol de Cani con el relato de Víctor Hugo Morales
Claudio, ¿se la pediste a Diego? «Yo no le grito, yo sé que él me va a ver, especialmente siendo Maradona. No importaba que se estuviera cayendo. Diego veía lo que nadie ve. Aparte, la única camiseta celeste y blanca era la mía, je», destacó Caniggia en 2019 en una nota con Líbero (TyC sports).
«¿Que no lo grité? ¿Qué iba hacer? ¿Correr 200 metros y sacarme la camiseta? Yo sabía que quedaban nueve minutos y se nos iban a venir con todo», recuerda el goleador. “Sí que lo gritamos, como se tiene que gritar un gol de esa dimensión”, retruca Olarticoechea, uno de los que aparece en el abrazo a Cani. «Festejé a lo lejos, porque no había que gastar energías para seguir defendiendo los últimos minutos«, rememora Simón. Y cuenta Goyco: «Lo grité solo. Salí corriendo casi hasta la mitad de la cancha, pegué la vuelta para mi arco y miré al cielo como diciendo ‘Dios, terminalo, ya está’«.
En 2018, Caniggia posó para Olé con
la foto de su definición ante Brasil en Italia 90. (Foto: Rubén Digilio / archivo).
Pero faltaba. Y pudo ser 2-0. Porque a los 37’, Pepe Basualdo, a lo Maradona, enfiló entre tres hacia el área y Ricardo Gomes, como último hombre, lo taló y vio la roja. Y de ese tiro libre, Maradona, en su primer tiro al arco de ese Mundial, casi la cuelga del ángulo. Y también pudo ser 1-1. Porque a los 43’, en un pase largo de Paulo Silas (sí, el mismo que luego jugaría en San Lorenzo), Monzón calculó mal y habilitó de cabeza a Müller, que falló no se entiende cómo.
«Fue una hazaña increíble. Los eliminamos cuando ellos tenían a un equipo que brillaba y nosotros estábamos que nos caíamos a pedazos», rememora Ruggeri, el mismo de la corrida y los saltos descontrolados por la pista de atletismo, mientras se besaba la camiseta. «Ahí empezó el Mundial para nosotros, después de ahí sentíamos que éramos capaces de todo», resume Simón.
Y entonces sí, Brasil se volvió a casa y está llorando desde Italia hasta hoy.
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