Editorial por Mabel Lema
Durante mucho tiempo se repitió que las juventudes estaban despolitizadas. Que no les interesaba nada, que vivían “en la pantalla”, que eran apáticos. Pero lo que algunos llamaban indiferencia era, en realidad, una transformación radical de la manera de participar políticamente.
Hoy, la generación Z —jóvenes nacidos entre fines de los 90 y principios de 2010— o Centennials no necesita militar en un partido político para tener conciencia social. No marcha solo el que está afiliado. No discute solo el que tiene carnet. El debate se da en un hilo de X (antes Twitter), en un trend de TikTok, en un meme viral, en un podcast casero, en un freestyle en la plaza.
Según un informe de Latinobarómetro (2023), el 78% de los jóvenes latinoamericanos dice no identificarse con ningún partido político, pero más del 60% participa activamente en temas sociales a través de redes o espacios comunitarios. No es apatía: es otra forma de acción política.
La política ya no es solo una cuestión de pasillos partidarios o discursos en el Congreso. También se hace con stickers de WhatsApp, con ironía digital y con estética pop, donde lo político y lo cultural están completamente fusionados.
Un ejemplo claro fue el rol de las juventudes en el Ni Una Menos. Lo que empezó como un hashtag, terminó en una de las movilizaciones más masivas del país, con réplicas en toda América Latina. En las marchas, convivían las pancartas con glitter y memes de “el patriarcado no me va” con discursos feministas profundos y exigencias legislativas concretas, como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
También lo vimos en el movimiento Fridays For Future, impulsado globalmente por Greta Thunberg. En Argentina, jóvenes como Nicky Becker canalizaron la lucha ecológica en asambleas autogestivas, que luego lograron llegar al Congreso con propuestas de ley como la Ley de Humedales.
Activismo digital: entre el meme y el manifiesto
La ironía y el humor no son solo formas de “pasar el tiempo”. En manos de la generación Z, son dispositivos de crítica política y cultural.
Cuentas de Instagram como Chaco for Ever, Laje del Bien o La Politiloca mezclan análisis político con cultura pop, con miles de seguidores.
TikTokers como Gonzalo Bertranou explican economía o historia en videos de 60 segundos que superan el millón de vistas. ¿Es banal? ¿Es “menos serio”? Para nada. Es otro lenguaje. Porque como decía Paulo Freire, la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Y esta generación está aprendiendo a hacerlo desde donde está: el celular, la plaza, el centro cultural, el aula.
Otro ejemplo es con El hashtag #NoALaReforma en Jujuy fue impulsado por jóvenes que viralizaron los videos de la represión policial en tiempo real, visibilizando una lucha que los medios nacionales tardaron días en cubrir.
Como señala la politóloga argentina María Esperanza Casullo:
“Los jóvenes no rechazan la política, rechazan su forma tradicional. Están profundamente politizados, pero sus códigos son distintos.”
Nuevas formas de participación
Esta generación se organiza en red, no en pirámide. Sus estructuras son más horizontales, colaborativas, transversales. No creen ciegamente en partidos, pero sí en causas. No siguen líderes mesiánicos, sino referentes comunitarios. Se informan entre ellos, comparten lecturas, cuestionan privilegios, construyen pensamiento colectivo en voz alta.
En el informe de UNESCO (2024) sobre participación juvenil, se destaca que:
Un 65% de jóvenes de entre 15 y 29 años prefieren participar en movimientos sociales que en partidos.
Un 70% afirma que “las redes sociales son su principal canal de expresión política”.
Lo interesante es que esta participación no se queda en la red. Muchas veces empieza ahí y se traduce en acción concreta: ollas populares, asambleas feministas, brigadas ecológicas, cooperativas escolares, redes de contención emocional.
La política juvenil actual es también afectiva. Se habla de salud mental, de identidad, de comunidad, de no hacer juicio de valor a los cuerpos. Es más sensible, pero no por eso menos crítica. Hablan desde la experiencia, no desde la teoría pura.
Se permiten dudar, cambiar, corregir. Son la generación del “me deconstruyo”, del “lo estoy aprendiendo”, del “te pido perdón si no supe”. No buscan tener razón, sino construir sentido.
Del meme a la asamblea (y de vuelta)
En vez de preguntarnos por qué los jóvenes no militan “como antes”, deberíamos preguntarnos cómo construyen hoy las formas de lucha. Porque lo que antes era volante, hoy es meme. Lo que era comité, hoy es canal de Twitch. La asamblea sigue existiendo, solo que puede empezar con una historia de Instagram.
No es menos política. Es otra. Más irreverente, más heterogénea, más viva.
Y es, quizá, la política del futuro.