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Coronavirus en Argentina: la encerrona del encierro para el gobierno porteño

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El jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, tiene un plan muy ajustado para mitigar los efectos de la pandemia del coronavirus​ en la Ciudad de Buenos Aires. Él mismo, junto al ministro de Salud de la Ciudad, Fernán Quirós, repasan los fundamentos y características de esa estrategia varias veces por semana, siguiendo la evolución del contagio en distintas ciudades de todo el mundo, los avances científicos que agregan información -muchas veces contradictoria entre sí- sobre un virus que hasta hace pocos meses era completamente desconocido. Quirós lo llama la “Estrategia de supresión”, tomando el término con el que el Imperial College de Londres catalogó al plan chino para combatir el brote. Esa estrategia tiene tres patas:

  1. Establecer una cuarentena total lo más rígida posible para hacer más lenta la propagación del virus. Ese punto se basa en el supuesto de que, como los contagios son prácticamente inevitables, lo único que puede hacer un Gobierno es administrar la velocidad en la que corre la enfermedad para que no se sature el sistema de salud en ningún momento. Con las semanas de cuarentena que transcurrieron hasta ahora, dicen en la Ciudad, se logró que cada enfermo porteño contagie a entre 1,3 y 1,5 personas cada cinco días. En algunas ciudades, esa tasa de contagio es de 6 personas cada 5 días, lo cual empina la curva a velocidades aterradoras.
  2. El testeo frecuente y el aislamiento de los contagiados. Para eso es que Rodríguez Larreta contrató camas de hoteles. El plan es evitar que el enfermo con síntomas leves o con riesgo muy bajo vuelva a su casa y contagie a sus familiares, y, a la vez, que no ocupe camas de hospital que podrían necesitar pacientes con mayores problemas.
  3. El cuidado especial de los grupos de riesgo, separándolos de otras personas del propio grupo de riesgo y también del resto de la sociedad.

El requerimiento de un permiso especial de circulación para los mayores de 70 años que pedirá el Gobierno porteño es la principal medida para fortalecer este último punto, y tanto Quirós como Rodríguez Larreta lo consideran una medida indispensable -junto a la implementación del punto 2- para poder relajar la cuarentena a la que se refiere la primera pata de la Estrategia de supresión.

El problema es que tomar una decisión de esa clase, si bien tiene claras ventajas desde el punto de vista sanitario, tiene problemas legales, éticos y políticos.

Los primeros son los mismos que tiene la cuarentena que dictó el Gobierno nacional, a través de la cual se limitaron -mediante un decreto y sin apelar a figuras como el Estado de Sitio- libertades que protege la Constitución Nacional y todo el sistema legal argentino. Los propios jueces admiten que las causas que se iniciaron por la violación de ese decreto tienen un destino seguro: el tacho.

Entre los dilemas éticos, hay que decir que es completamente discutible la potestad que tiene el Estado para obligar a una persona a que proteja su vida. Como los mayores de 70 son tan igualmente vectores de contagio que los menores de 70 ¿por qué encerrar a unos y liberar a otros? Frente a eso, los administradores del sistema de salud argumentan que, si bien los menores de 70 pueden transmitir el virus igual que los mayores, hay muchísimas más posibilidades de que los mayores de 70 necesiten ser internados y de ese modo se colapsarían las camas de internación y de terapia intensiva.

El tercer problema para Rodríguez Larreta es el político. Los mayores de 70, que son mayoritariamente mujeres que viven en el corredor norte de la Ciudad y que cuentan con alto nivel educativo son precisamente el núcleo duro de votantes del PRO desde hace años. No se trata sólo de ese 12% de la población, sino que a eso deben sumarse los familiares y amigos que, si bien no llegan a 70, también se verían afectados por una restricción de circulación de sus conocidos.

El jefe de Gobierno porteño, un gestor experimentado, conoce bien los problemas políticos y económicos que trae el sostenimiento de la cuarentena. Sabe también que, así como en tiempos de grietas exageradas el periodismo queda cada vez más obligado a publicar aquello que los lectores no quieren leer, en tiempos de pandemia el gobernante no tiene otra que mandar lo que muchos de sus votantes no quieren obedecer.

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